TRIBUNA: ENRIQUE GIL CALVO
La revancha de los mercados
ENRIQUE GIL CALVO 08/06/2010
Bien a nuestro pesar, la economía española está protagonizando como
víctima propiciatoria lo que cabe llamar la segunda ronda de la crisis
del crédito por la que atraviesa el capitalismo occidental. Según se
dice, somos el nuevo enfermo de Europa, en la medida en que nuestra
solvencia crediticia amenazaría ruina y nuestro gran tamaño determina
que una posible quiebra española arrastraría al euro consigo. Todo lo
cual ha desatado una epidemia de histeria colectiva tanto mediática
(los blogs de la prensa color salmón rivalizan en escándalos con los
de la prensa rosa) como financiera (las demás Bolsas se estremecen de
volatilidad mientras la española se hunde en caída libre) y política
(presas del pánico, los gobernantes conspiran en el Ecofin cayendo en
la más estéril cacofonía). De modo que parece a punto de cumplirse la
profecía de Niño Becerra, el economista que auguró el crash de 2010.
¿Qué está pasando? Una explicación plausible es entenderlo como una
nueva fase en la guerra abierta entre los Estados y los mercados por
el control del capitalismo crediticio actual. Como se sabe, la energía
que mueve a la economía posindustrial es el flujo crediticio: un
caudal que cuando se embalsa formando burbujas especulativas tiende a
desbordarse anegando con sus deudas insolventes la economía real. Y
así ha vuelto a ocurrir esta vez con la crisis del crédito a la que me
referí antes, que ha cursado como un proceso en dos fases. En su
primera ronda, iniciada en 2008 con la burbuja de las hipotecas
subprime, la causante de la crisis fue la ingente deuda privada
imposible de refinanciar. Y para remediarlo, los Tesoros públicos
acudieron al rescate de los mercados privados: se proclamó el estado
de excepción, se decretó la guerra contra la crisis, se nacionalizó la
economía, se suspendieron las leyes de la oferta y la demanda, se
avaló la deuda privada con la garantía pública del Estado y se inyectó
liquides ilimitada a tipo cero.
Así fue como se sentaron las bases de una burbuja de deuda pública que
ahora acaba de estallarnos entre las manos. Es lo que está ocurriendo
durante esta segunda ronda en la que todo sucede exactamente a la
inversa que hace dos años. Ahora la deuda insolvente imposible de
devolver o refinanciar ya no es la deuda privada sino la pública
acumulada por los Tesoros estatales. Y quienes acuden a su rescate
para refinanciarla son ahora los propios mercados privados, que
suscriben los bonos de deuda pública emitidos por los Estados en
crisis. Pero con una gran diferencia entre ambas rondas, y es que en
la de hace dos años se avalaron las deudas privadas a interés cero
para facilitar su más pronto rescate, mientrasque en esta segunda
ronda las deudas públicas se suscriben a precios de mercado. Es decir,
a un tipo de interés tan elevado que en el caso español cabe calificar
de usurario, lo que prolongará la duración de esta crisis de deuda
hasta las calendas griegas. Todo ello de acuerdo a las leyes de la
oferta y la demanda, que en esta segunda ronda, a diferencia de la
anterior, no han sido suspendidas, sino confirmadas por el nuevo
consenso de Washington, impuesto por los mercados.
¿Cómo explicar este giro estratégico? Muy sencillo: la balanza de
poder entre mercados y Estados ha vuelto a invertir su signo,
recuperando aquellos su predominio hegemónico sobre estos. Como dije,
esta crisis crediticia es una batalla de poder entre Estados y
mercados cuya primera ronda supuso la momentánea victoria de aquellos
en el curso 2008-2009, mientras que esta segunda ronda está suponiendo
la derrota de los Estados deudores a manos de sus mercados acreedores.
Se recordará que hace solo dos años se decía que el neoliberalismo
había muerto y que el Estado interventor keynesiano regresaba por sus
fueros para controlar a los mercados y someterlos a su poder. Era la
época en que los culpables de la crisis nos parecían los inversores
privados (los bancos, los hedge funds, etcétera), mientras que los
salvadores eran los poderes públicos: reguladores estatales, rescates
keynesianos, etcétera.
Bien, pues solo fue un sueño que apenas duró un curso académico. Hoy
se impone de nuevo el realismo crediticio y quien vuelve por sus
fueros es el victorioso mercado acreedor, exigiendo leoninas
condiciones al Estado deudor. Por eso, quienes hoy parecen ser los
villanos de esta historia ya no son los mercados, sino los Gobiernos
insolventes y deficitarios, especialmente si son PIGS. Y con ello
retorna la ideología del ajuste presupuestario y la consolidación
fiscal: el nuevo consenso de Washington que impone un voluble FMI,
ayer generoso keynesiano, hoy estricto neoliberal. Pero las víctimas
reales de ambas crisis crediticias son las mismas: los ciudadanos de a
pie, que pagaron ayer con su desempleo masivo y hoy con el recorte de
sueldos y la congelación de pensiones. Y sus beneficiarios reales
también son los mismos: los inversores crediticios, que siempre salen
ganando, pues se les rescata a interés cero cuando son deudores
mientras se les enriquece con interés usurario cuando son acreedores.
Un qui prodest? inequívoco.
Pero si todo esto es tan evidente, ¿cómo es que nadie cuestiona
semejante estado de cosas, aceptándolo con fatalismo? Hay dos factores
extraeconómicos, a su vez conectados entre sí, que lo explican bien.
El primero es el tratamiento mediático de la crisis, que ha
naturalizado un proceso tan desequilibrado e injusto haciéndolo
parecer lógico y necesario. Y esto se ha hecho metiendo el miedo
mediático en el cuerpo de la gente, a fin de paralizarla por el pánico
dejándola inerme y dispuesta a dejar hacer y dejarse hacer. Es la
histeria mediática a la que aludí al principio, inducida por la
reiterada publicación de revelaciones financieras escandalosas (al
estilo de La quiebra de Caja Sur amenaza al euro), y generadora de un
clima artificial de catástrofe imposible de controlar que contagia con
su gregario efecto-rebaño (herd effect) a todos por igual: tanto a los
que toman decisiones incoherentes a tontas y a locas (caso de nuestros
gobernantes, de Merkel a Zapatero, que ayer corrían a rescatar las
deudas privadas y hoy corren a recortar gastos para saldar sus deudas
públicas) como a los desarticulados ciudadanos que las sufren con
estupor e impotencia, sin más signos de resistencia que la
contraproducente crispación política y la estéril bronca sindical.
Y el otro factor es la discriminación crediticia pura y dura. La
primera oración cristiana es el perdón de las deudas, pero solo se
aplica de forma perversa, tal como reza la parábola de San Mateo: "A
quien tiene más, se le dará. Y a quien no tiene, todo le será
quitado". Pues bien, con la crisis de la deuda sucede igual: a ciertos
deudores privilegiados (los protestantes anglo-germanos) se les
rescatan sus deudas a muy bajo tipo de interés, mientras que a los
estigmatizados (por católicos y latinomediterráneos) se les exige
refinanciarlas a tipo de interés usurario. Es lo que ocurre con los
títulos de deuda pública, a los que se discrimina no por sus
indicadores cuantitativos, sino por prejuicios descalificadores tan
falaces como injustos, castigando al bono español en comparación al
holandés o británico (según denunció en estas páginas Xavier
Vidal-Folch): todo por ser un PIG en lugar de un WASP. Lo cual
determina que en la zona euro estén resucitando las viejas monedas
nacionales, ahora travestidas como títulos de cada tesoro estatal.
Ahora bien, esta discriminación crediticia también está operada por la
definición mediática de la realidad, pues son los medios informativos
anglosajones, y no las agencias de calificación de riesgo, los que
fabrican con sus juicios performativos estas percepciones
estigmatizadoras del riesgo-país. Es de nuevo el efecto
manada-mediática, pues si lo afirma el Financial Times, todos los
demás medios lo reproducirán y amplificarán, incluidos los PIGS.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad
Complutense de Madrid.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada