dimecres, 27 de febrer del 2013

La política, mercancía ficticia

La política, mercancía ficticia

Karl Polanyi explicaba en su conocido ensayo La gran transformación el advenimiento del mercado como fruto de una transformación en mercancía de tres factores: el trabajo, la tierra y la moneda. Ninguno de los tres, decía Polanyi, es producto del hombre: «el trabajo no es más que otro nombre para una actividad que acompaña a la vida misma y que a su vez no se produce para vender (...) la tierra no es más que otro nombre para la naturaleza, que no es producto del hombre, la moneda por último es solamente un símbolo del poder adquisitivo». Por esto hablaba Polanyi de mercancías ficticias, que es tanto como decir de una simulación que ha convertido en mercancía lo que no lo es, con consecuencias desastrosas para la sociedad y para los ecosistemas.
 
Si hubiese vivido hasta nuestros días, creo que Polanyi habría añadido «la política» como mercancía ficticia, en la medida en que el proceso de mercantilización la ha alcanzado y englobado plenamente. En Italia, este fenómeno está más claro que en otros países en tanto en cuanto el proceso de disgregación/descomposición de los partidos se encuentra en un estado más avanzado. Por otra parte, pocos lo saben, pero hemos sido un país «laboratorio político», en el que se han logrado grandes aportaciones políticas, de Maquiavelo a Gramsci, todavía estudiados en tantas universidades extranjeras.

Pero es sobre todo en el siglo XX cuando Italia aparece como vanguardia/laboratorio político, para bien y para mal. En Italia se ha «inventado» el fascismo, una forma moderna de dictadura que conjuga el nacionalismo con instancias sociales y que ha  retomado el nazifascismo de Hitler (que en una conocida carta le reconocía a Mussolini haberlo inspirado), y con algunas variantes, Perón en Argentina, Franco en España y  Salazar en Portugal. En los años 90 ha llegado el berlusconismo, una forma política nueva que nace en concomitancia con el exceso de poder asumido por los medios de comunicación, sobre todo la televisión. También esta forma política ha sido imitada por diversos países, de Perú a Indonesia, donde, a través del control de los principales medios, han llegado al gobierno los principales líderes.  

En fin, en los últimos años ha nacido el grillismo, un movimiento político que utiliza por primera vez Internet/la Red de forma «substancial» para dar a todos la impresión de que cuentan y participan directamente en lo que se escoge políticamente, con un destacado componente moralizador y una fuerte exigencia de «democracia directa». Este fenómeno parece responder mejor que ningún otro a la crisis vertical de los partidos, pero responde todavía mejor – como ha resaltado Giuliano Santoro en su  ensayo Un Grillo qualunque – a la evolución de la sociedad del espectáculo, de la que hablaba ya Guy Debord en los años 70. El grillismo, también denominado Movimiento 5 Estrellas, que muchos consideraban efímero, se está revelando algo mucho más arraigado y convincente en la era del «mercado electoral», gracias también a la innovación eficazmente introducida por Grillo: al instrumento postmoderno de las redes sociales le ha asociado un instrumento antiguo como son los mítines en las plazas. Hallazgo genial, como el que tuvo la FIAT cuando lanzó el nuevo 500, una mezcla de pasado «en la forma» y futuro «en la tecnología», o la de las galletas del Mulino Bianco que te dan una idea de naturaleza del producto junto a la eficiencia de una fábrica moderna.

Este es el dato absolutamente inédito de la política en todos los países de capitalismo maduro, dicho de otro modo, donde el proceso de mercantilización ha englobado todo lo existente, de las relaciones sociales a los afectos, nuestra relación con la naturaleza. Ya no hay «Política», entendida como lucha entre diversas visiones del mundo, entre diferentes valores e ideologías, pero está el mercado electoral, que es un segmento dentro del más vasto y omniabarcador «mercado mundial». En el «mercado electoral» cuenta la novedad de la oferta – no por casualidad se proclaman todos a favor de lo «Nuevo» - la fuerza de la marca que se identifica con el jefe, la capacidad de suscitar emociones en los consumidores/electores a través de lemas eficaces.

Las estrategias puestas en práctica por las fuerzas/empresas políticas son idénticas a las que se usan para el lanzamiento de un nuevo producto o para fidelizar a los consumidores respecto a un producto ya presente en el mercado. Los sondeos, que de forma obsesiva están acompañando esta campaña electoral, demuestran cómo las preferencias de los electores/consumidores siguen la tendencia de la exposición mediática del líder de turno, su capacidad de suscitar imágenes cautivadoras, de conquistar la simpatía de sus oyentes. No importa si, por ejemplo, el Cavaliere [Berlusconi] las mete bien gordas  - como los cuatro millones de puestos de trabajo – o si no, que Grillo prometa un salario de ciudadanía con el ahorro de los costes de la representación política, y toma el ejemplo de Sicilia, donde los doce consejeros regionales del M5S han renunciado a cerca de 10.000 euros de sus emolumentos para alimentar u fondo de microcréditos (¡¿qué pasa con el «salario de ciudadanía» para millones de parados/no ocupados?!). También se hace publicidad de un nuevo perfume que te hace imaginar que puedes conquistar a una mujer/hombre guapísima/o, o bien un nuevo automóvil con el que puedes cruzar el Polo Norte.

No es por tanto casual que en nuestro país, que sigue siendo vanguardia/laboratorio político, los cómicos hagan política (y no sólo Grillo), y los políticos hagan de cómicos  (y no sólo el Cavaliere). Es verdad que no todos tienen el mismo talento. El pobre Fini, con sus razonamientos bien articulados en buen italiano, está completamente fuera del mercado, parece un político de otro siglo. El profesor Monti, en cambio, se ha vuelto patético desde que intenta hacerse el simpático, va a la televisión a programas de variedades, intentando salirse del papel de estadista, gris y riguroso, que se le había otorgado. También él ha fundado un «partido personal», como han hecho en los últimos veinte años, por este orden, Berlusconi, Di Pietro, Casini, Fini, Vendola, y por último Oscar Giannino [Candidato de Hacer para detener el declive, movimiento de centro-derecha]. En este plano, el último partido junto a la Liga Norte, que sigue estando en el campo político, es el PD, y seguramente tiene razón Bersani al decir que los  «partidos personales» son el cáncer de la democracia. Solo que confunde los efectos con la causa que, como hemos recordado, está ligada al proceso de mercantilización global que ha reducido la política a mercancía, y las elecciones políticas a un mercado como los demás.

Cierto es que no podemos pensar que se pueda volver al siglo pasado, antes de los años 90, cuando la gente votaba «por la cruz» [símbolo de la Democracia Cristiana], por «la hoz y el martillo» [del PCI] o por la «llama tricolor» [del MSI neofascista], y no sólo por la cara y la simpatía que se ganaba el líder de turno. Quizás haría falta otorgar más valor a las autonomías municipales, uno de los pocos espacios que han resistido esta deriva mercantilista de la política, uno de los pocos lugares donde todavía cuentan las pasiones y programas, capacidad de compromiso y movilización social, y no sólo la invención de una nueva marca. Seguramente, más allá de la abolición del Porcellum [literalmente "cerdada", como denominó el politólogo Giovanni Sartori a la Ley Calderoli de 2005, disposición electoral berlusconiana] la peor ley electoral de Europa, hay que repensar cómo podrá regresar a escena la Política y cómo podrán tener más sentido las elecciones que vender un nuevo automóvil, ordenador o "tablet".

Tonino Perna es periodista del diario italiano Il Manifesto.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón